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¿Como combatir verguenzas en la cama?

marzo 11, 2009


Llevaba horas comiendo mierda. Horas. La noche había comenzado con una cita a comer mexicano y ya me estaba cagando encima. Nunca le debí haber metido mano al segundo burrito suizo. Mientras cenábamos me mencionaba que era fanática del boxeo pero yo no le creía. Me preguntaba a mi mismo: “¿Cómo va a ser que una jeva tan rica le guste ver machos enrredarse a las pezcosás?”. Y es que Natasha era hermosa. El tipo de mujer que uno ve por ahí y no puede evitar mirar. Haciendo caso omiso de cualquier tipo de compañía. Es decir, esté ella con su pareja o esté uno mismo con pareja; nada evitará que uno la mire deseosamente. Voluptuosa y delicada a la vez. Como apunto de tener celulitis pero no. No sé como carajo lo lograba. Después de comer fuimos directo a casa de Natasha. Allí veríamos la pelea por Pay-Per-View.

Volviendo a la comeera de mierda. Ya la pelea había terminado hacía más de una hora y nada. Ni un beso. Imagínate si estaba yo nervioso que ni observé bien la pelea. Ganó el boricua y todo pero yo estaba como que: “me estoy comiendo la mierda bien duro y no voy a lograr nada, esta mujer debe pensar que yo soy un pendejo”. Yo siempre me preocupo demasiado por lo que piensan los demás. Es una debilidad grave la cual frecuentemente me hace tomar unas decisiones erráticas. Suelo terminar más pendejo aún. Este día no fue la excepción.

Pasaron las horas y me di por vencido. Ya me quería ir y me iba a despedir con un beso en el cachete, bien mamalón. Me dirigí hacia ella pensando algo como: “otro día será”. Pero ella inclinó su cara cosa que terminamos besándonos. Yo creo que ni me disfruté el beso de tan inesperado que fue. Hasta me olvidé momentáneamente que me estaba cagando encima. Natasha no comió mierda. El beso fue, sin lugar a dudas, la cosa más cabrona que jamás me hicieron encima del cuello. Mientras me besaba, me metía el dedo en la boca, una cosa bien rara. Yo dije “que puñeta” y comenzé a hacerselo a ella. Imagínate eso: dos personas grajotiándose bien cabrón metiendo sus dedos índices en la boca de la pareja. Está cabrón. Trátalo.

Nos separamos un momento para quitarnos las camisas. Reconectamos. Mientras besaba. Seguí bajando con la boca por el cuello, en donde permanecí como diez segundos y fui directo a las tetas. Envuelto. Mi dedo índice permanecía cerca de mis labios ya que mientras le besaba las tetas, se las sobetiaba todas con mi mano. Pasándola cabrón. La mano. Por sus tetas.

Mientras tanto, ella sobaba mi cabeza como si ella fuera Anita Casandra y mi cabeza su bola de cristal. Después de ésto subí porque no tenía ganas de mamarle la crica ya que durante la cena percibí un aroma medio puñetera saliendo de su cabello y olvídate me fui en el viaje de que su chocha iba a apestar a puro chinche. Pues mientras nos besábamos nuevamente, Natasha comenzó a hacerme caricias en el bicho. Yo estába con mi pantalón puesto y todo pero me percaté de que algo andaba mal. Muy mal.

Tenía la popeta súper esmonguillá todavía. El pánico arropó mis sentidos, mis pensamientos y mi bellaquera. Traté de actuar como si nada pero se me hizo genuinamente imposible. “¿Qué carajo me pasa?” Pensaba. «¿Cómo va a ser que no tengo la pinga erecta?» Te lo juro que yo mismo me estaba gritando dentro de mi cabeza. “Dale mamabicho párateeee”. Olvídate, un papelón. Fueron tan reales esos gritos de pánico que por un segundo sentí que había una tercera persona en la habitación.

Ya yo estaba sudando frío. Pero me detuve y me traté de auto-calmar para ver si se me paraba el bicho una vez adquiriese tranquilidad. Nada. Me despegué de los labios de Natasha para observarla. Ella se veía de lo más tranquila. No se había percatado de ninguna anormalidad. Esto me hizo sentirme bien y el bicho mío como que palpitó. Una buena señal. Volví a las tetas de Natasha pero esta vez acariciándole la crica mientras tanto. Obligándome a hacer algo kinky. Lo único que podía pensar era en mi bicho to’ mongo “¡puñeta!”. La pendejá es que cuando uno se encuentra en una situación así, uno tiene que tratar de pensar en otra cosa que no sea en el mismísimo bicho (to’ flácido) de uno. Pero yo estaba como medio trancado en cuanto a este aspecto de pensar en otra cosa. Recuerdo que me estaba tratando de imaginarme a mi solo en un cuarto raspándome una. Cuando esto no dio resultado traté de imaginarme a Natasha como una tipa toa’ fea. El personaje que capturé en mi mente fue una tecata que pedía dinero cerca de casa. Me visualicé bellaquiando con esa cosa. Y nada.

Ya habían pasado unos minutos y me di cuenta de que ya Natasha se estaba dando cuenta de que yo era una «mierda de persona» a la cual «nunca» se le para el bicho. Me fui en la negativa y yo mismo me arropé de mierda metafórica. Cerré un poco mis ojos, fingiendo que estaba drogado o bien borracho y le dije: “a mala hora me metí yo la pali esa”. Esto lo dije con el fin de que ella pensara algo como: “ahhhhh ¡Con razón no se le para el bicho a este nene, si se metió una droga la cual previene una fácil erección, daaaah!” Ella yo creo que ni me escuchó. O quizá no ató los cabos porque al yo decir eso de atribuirle mi impotencia a la pastilla ella comentó: “diablo se me está cansando la mano”. Pánico nasty fue lo que yo sentí. Si alguien, en ese momento me hubiese dado a escoger entre un maletín lleno de dinero o un pene erecto; hubiese escogido el pene. Entonces conociendo como me pasan las cosas a mi, la persona hubiese cogido el pene erecto y me lo hubiese introducido por el culo. De lado. Pero eso sería otra historia completamente.

Me vi atrapado en un laberinto inescapable. Lo más que yo quería era complacer e impresionar a Natasha. Quizá eso de “impresionar” es lo que jodió todo pal’ carajo. En ese momento de encabronamiento me iluminó la luz y pensé en una posible salida a este problema.

Me iba a cagar encima. Apropósito. Ya no me quedaban alternativas. Esta sería la única manera de salir de aquella habitación con la frente en alto. Tenía que actuar rápido para que la mierda opacara la impotencia eficientemente. De estar yo quince minutos bellaquiando con el bicho mongo para entonces cagarme encima como que no era. Lo que yo quería era crear una apariencia como si yo no hubiese podido desempeñarme gracias a que me estaba cagando desde el principio. Solo habían pasado como cinco minutos así que tenía una pequeña ventana de tiempo para cagarme encima.

Para terminar de joder, a Natasha se le ocurrió la magnífica idea de meterse el bicho flácido a la boca cuando ya yo estaba poniéndome en posición para soltar la criolla. O sea, la cabrona se posicionó extremadamente cerca a los predios donde la acción se llevaría a cabo. Yo pensaba que ella se había rendido cuando me compartió su cansancio por tanto acariciar bicho. Estaba equivocado, Natasha era una general. Era una pena que estaba tirándolo todo pa’ la puñeta pero tenía que hacerlo. Todo por mantener mi integridad como caballero.

Aunque la cabeza de Natasha estaba ahí, yo era un hombre decidido. Pensé “mejor, más instantánea será su reaccíón y más rápido saldré de este lío”. Comenzé a pujar y la mierda comenzó a salir. Yo seguí pujando y sentía que lo que ya tenía fuera era un mojonzote. Algo como del tamaño de brazito de bebé. A todas estas Natasha estaba empeñá mamando salchichita.

Por fin el mojón se desprendió del culo mio. Natasha reaccionó en ese mismo instante y me miró a los ojos. Yo saboreé el momento por un instante. Todavía con mis manos en la cintura. Pero para no perder naturalidad puse cara de avergonzado y me fui diciendo entre los dientes: “me cague, me cagué, me cagué”. Todo esto mientras me subía los pantalones, con mojón presente y todo. Natasha estaba como en un trance de incredulidad. Miró hacia el suelo, todavía de rodillas y comenzó a tener reflejos nauseosos. Yo estaba ya yéndome pal’ carajo y recuerdo haberle pedido a dios que ella no vomite. Yo cagado y ella vomitada volveríamos a estar en planos similares y mis acciones se hubiesen cancelado pa’ la puñeta.

No quería que eso pasara. De prisa salí de su casa y nunca supe si se vomitó o no. Ni me importa. Me monté en mi carro y me dirigí a mi casa. Vivía bastante cerca pero me tardé más de una hora en llegar. No por la circunstancias de yo tener un mojón dentro de mis pantalones. Más bien porque todo Puerto Rico estaba celebrando su victoria boxística en cupey. Un tapón encojonau’. Mientras, yo estaba celebrando mi propia victoria ante los ojos de la verguenza por impotencia. Nada me haría arrepentirme de mis acciones aquella noche. Cuando por fin llegué, todo cagado, le di gracias al dios de la caca y prometí nunca volver a arrepentirme por comerme un segundo burrito suizo.